Hermoso lucía el día cuando me decidí a salir.
Deseaba contemplarlo en toda su magnitud.
Saborear todo lo que dejaba ante mis ojos,
para mi solo deleite.
Ese sol explendido
que sin verguenza lucía,
imitando los luceros.
Llenando todo de color y alegría.
Dandome su luz y su calor.
Los árboles se alzaban frondosos.
Estaban en su máxima plenitud,
pletoricos y bien acompañados.
Miles de pequeñas florecillas
pendian de sus ramas en son de amistad.
Ahí agregadas a otro compañero,
que les iba a proteger durante sus dias.
Lucen su belleza arrogantemente.
Se saben hermosas y olorosas.
Se saben anunciadoras
de lo que en poco llegará.
A lo lejos, aun se divisan picos,
en los que la nieve se niega a abandonar.
No quiere irse de su arraigo.
No desea abandonar ese sitio privilegiado,
desde el que divisa todo el infinito.
Mientras, poco a poco el calor desprendido de tus rayos,
la mecen suavemente acariciandola
aun a sabiendas que eso conllevará
el fin de sus dias por ahora.
Tímida va derritiendose
y escapandose por entre rocas
acariciandolas a su paso,
como muestra de su despedida.
Parece besarlas detenidamente.
Contemplarlas en su transcurso
hacia su final magistral.
Poco queda para ello.
Cerca se escucha ese riachuelo
que será su nueva morada.
Allí discurrirá en libertad
entre otras aguas.
Será libre de pensar.
De soñar con sus amadas cumbres.
Cumbres que aún tardará en recuperar.
Yo escucha el gorgoteo
mientras se desliza y acaricia mis pies,
con ese frio que lleva y que me penetra.
Trás de mí,
los pájaros insimismados en lo suyo,
canturrean sin yo entender.
Quizá se esten apareando.
Quizá den la bienvenida.
Solo sé,
que en su música desprenden jovialidad.
Me sugestiono con sus canticos risueños,
y me dejo envolver por el paisaje.
Momento en que vacio mi mente,
y me dejo llevar por lo que me rodea.
Por tu calor y color.
Por tu frio y mojadez.
Por los cantos soñadores.
Por los olores que me abrigan.
Y asi permanezco insimismada.
Ajena a todo lo demás.
Ajena a lo que será mi vuelta a la realidad.
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