Esperaba su llamada con impaciencia.
El paso de las horas habia sido lento,
tras no tener sus noticias prometidas.
Lo observaba sordo, quieto y callado.
Parecía ausente en la amplia habitación,
donde el único sonido que existía,
era el incansable tic tac del reloj de pared.
Nada más despertaba sonido en la estancia.
Yo me impacientaba.
Mis sentidos se impacientaban.
Los nervios se apoderaban de mi cuerpo,
a cada instante que seguía de espera.
De repente y cuando ya casi ni esperaba,
oí ese ruido particular en mis oidos.
Sono el telefono a mi lado,
como música celestial para mí.
Nerviosa y excitada descolgue,
esperando que fuera su voz,
la que estuviera al otro lado del auricular.
Sí.
Era él con su voz profunda,
que llamaba mi atención por completo.
Tan solo con ese simple gesto,
mi cuerpo se erizó al instante.
Yo le escuchaba atentamente,
todo aquello que me iba diciendo.
Prestaba atención
con todos mis sentidos
puestos en sus dulces palabras.
Era él y me reclamaba.
Quería verme.
Quería tocarme.
Quería sentirme.
Mi cuerpo con tan solo oir eso,
se desplomó en un abandono,
en el que ya solo
tenía cabida él y yo.
Ajenos a todo y todos.